Fotografía por Fernando Gazzaniga.
Fotografía por Fernando Gazzaniga.

¡Empezamos mal el año!

En Nueva York, buscar rincones de nuestros países de origen –para conectar con la patria a través de la cocina- no es tan difícil… El problema es cuando convergen dos ingredientes espantosos: el hambre que urge y la lentitud en la atención.
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Cuando uno vive en un país que no es el suyo, cualquier conexión con la patria es siempre una emoción. Y si esta viene a través de la cocina mucho más. Posiblemente porque los oloresy hasta los sonidos- son de los elementos más arraigados en la mente de una persona. Basta, con sentir un perfume o un determinado olor para conectamos inmediatamente con un momento, lugar, situación o persona específica. Así mismo, un sonido o canción nos llevará a un momento preciso de nuestro pasado.

Pero, reitero, en ese submundo de las conexiones sensoriales, la cocina, los sabores y los platos que nos han identificado -o marcado-, son sin duda la impronta más profunda. Por eso, cuando se vive en alguna ciudad lejana a nuestra patria -aquella que nos vio nacer-, cualquier rincón que nos ofrezca un poco de nuestra identidad, siempre será bienvenido… Bueno o casi siempre.

El problema inicial es que no debemos -y lo digo de manera imperativa-, salir a buscar un sitio para comer, almorzar o cenar, cuando el hambre apremie… Error. El apetito te lleva a tomar decisiones equivocadas; y se termina sentado en la primera mesa disponible que se encuentre -mucho más ahora que los espacios en las terrazas no abundan-, para terminar convenciéndote con frases como “no estuvo tan mal”.

Este pasado fin de semana descubrí -por casualidad- en pleno Upper East Side, un pequeño rincón de mi patria Argentina, que tenía algo de todo esto de lo que estoy hablando: Libertador restaurante. En plena 2da. avenida cerca de la calle 86, con mesas por todos lados y una carta sureña -casi en su totalidad- que abría el apetito a cualquier comensal.

Fotografía por Fernando Gazzaniga.

Dentro del menú, las carnes claramente ubicadas como platos favoritos, aunque no había muchas opciones -al menos para un brunch- se podía encontrar la tradicional parrilla para dos personas. Que incluía la infaltable tira de costilla, chorizo, chuletón, etc. Hasta hamburguesas o famoso sándwich de bife a la parrilla.

Como segunda opción de emparedados, está es de pollo a la brasa. No estuvo mal, aunque, siendo honesto: tener como opción de almuerzo un pan relleno -por bueno que sea- baja un poco la emoción. Eso sí, calibra tu cronómetro, y ¡Que empiece a contar! Se tomaron más de 40 minutos, desde el momento de ordenar, hasta que la comida llegó a la mesa.

Las ensaladas pintorescas y coloridas por la variedad de ingredientes que tienen: quínoa, remolachas, queso de cabra, hojas de espinaca, etc., aunque faltante –en casi todas- de un poco de dedicación en la presentación. Lo que siempre menciono, la importancia de cómo se presenta un plato es fundamental. Al tiempo, de un aliño que necesitaba un buen refuerzo de todo. Pero bueno…, si le ponías intención, no era una mala opción para empezar un almuerzo.

Algo también a destacar, las empanadas. Sobre todo, las de humita: tradicional relleno de cebollas, maíz y salsa bechamel. Fueron una explosión de sabor; sin embargo, el mismo problema de tiempo nuevamente, llegaron a la mesa con una hora exacta de retraso. Puntuablemente tardías. Un dato adicional: eran solo dos piezas.

Los postres, eran los clásicos argentinos: flan, tortas y el amado crepe de dulce de leche. Siendo justo el día nacional de ese manjar, que ya hacía unos meses tuvo su columna. Así que, como no podía ser de otra manera, pedimos para compartir ese postre tan especial. Aunque con algunos detallitos, las crepes estaban un poco gruesas; y, lo peor que le podrías hacer a un experto en dulce de leches es… ¡Ponerle poca cantidad por dentro! ¡Inaceptable! Sólo había una delgada línea de este manjar de los dioses entre miles de pliegues de crepes…. Sin comentario.

Así que lastimosamente, después de la estrecha relación al inicio de nuestra columna, entre los sabores y nuestra patria; el pasado domingo, esa conexión no existió. Y una vez más, la lección que aprendí y comparto es: el hambre no es buena consejera a la hora de escoger sitios para comer. Amigos, ya saben, si andan de paseo por la ciudad y el estómago pide sentarse, un cafecito entremedias, puede ayudarte a tomar una decisión con menor riesgo del que asumí yo.

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