Cual escena de película, observo el cielo por la ventana de mi apartamento. Se nubla mi vista mientras reflexiono y es en ese instante cuando me doy cuenta que los estadios atravesados en esta pandemia y el proceso de duelo que recorremos ante la muerte de un ser querido provocan sensaciones bastante parecidas: no lo creemos, experimentamos dolor e incertidumbre, lloramos, nos angustiamos, por momentos sonreímos y nos tranquilizamos, recordamos tiempos pasados, extrañamos lo ausente, nos sentimos “como en el aire”, buscamos apoyo en amigos y familiares, y finalmente comenzamos a admitir que la vida ha cambiado. ¿Y por qué hablo de la muerte cuando debo hablar de la moda? Porque figurativamente hablando, significan lo mismo. Los diseñadores lo saben muy bien y sus creaciones surgen desde este concepto. La moda debe caducar constantemente para que el ciclo de consumo se repita. A raíz de esta nueva y desconocida realidad que nos toca vivir –y extrapolando el concepto– cabe preguntar: la industria de la moda tal como la conocemos ¿desaparecerá? Probablemente sí, pero esto sucederá de manera lenta y esta desaparición será, en realidad, una metamorfosis radical.
Si bien es muy prematuro determinar qué sucederá con la moda, un nuevo panorama ya puede vislumbrarse como consecuencia de este momento histórico. Por un lado, encontramos a los consumidores quienes –en mi opinión– serán los protagonistas de este movimiento. Impulsados por motivos económicos, inquietudes, calendarios fluctuantes, nuevos intereses, formas de interacción y cambios en su manera de ver el mundo, manejarán sus propios tiempos y presupuestos.
Por otro lado, ubicamos a las firmas las cuales tendrán que enfrentarse con dos escenarios muy distintos y a la vez complejos. En uno de ellos, algunas empresas agonizarán o perderán la batalla al recortar extremadamente sus presupuestos, despedir a sus empleados, amalgamarse con otras compañías, cerrar sucursales o declararse en bancarrota.
En el otro escenario, las firmas y diseñadores que logren sobrevivir esta situación sin precedente tendrán que repensar su modelo de negocio: adaptarse a este nuevo panorama y analizar cuándo y cómo comercializar sus creaciones. Tendrán que hacerlo a su propio ritmo, ya que los tiempos de elaboración de nuevas colecciones, reapertura de fábricas, talleres, tiendas, provisión de telas, importaciones y exportaciones serán diferentes en cada ciudad y cada país. Y esto afectará desde las grandes casas de moda hasta las pequeñas firmas independientes y pop-up stores. Mientras tanto, muchos de ellos ya se han puesto en acción y han implementado varias herramientas para generar algún tipo de ingreso económico y mantener el flujo de trabajo: E-commerce, descuentos generosos, envíos sin costo, influencers vendiendo sus productos, desfiles en el propio livingroom, talleres funcionando desde el hogar, eventos digitales, fabricación de mascarillas protectoras, entre otras.
Ahora bien, podríamos sincerarnos por un instante y reconocer que, mucho antes de que todo esto surgiera, la moda se hallaba en un nivel “barroco” de sobreproducción, con el fast fashion brillando como estrella principal . Sin ir más lejos, cuando hace años desembarqué en Nueva York desde Argentina, me encontré con un universo fantástico de productos –y sus económicas opciones– los cuales adquiría para luego tirarlos, romperlos, gastarlos, regalarlos o abandonarlos. Y creo que todos, de una forma u otra, adherimos a esta práctica. En cierto punto, fuimos muy soberbios –y nuestro ego fue sobrealimentado por la tecnología y las redes sociales tan fácilmente– que caímos como moscas en esa falsa sensación de extrema libertad en la elección y descarte de prendas de vestir, productos en general y hasta de personas lo que muchas veces nos llevó a una desvalorización inconsciente y constante. Tomamos por sentado prácticamente todo y en literalmente pocas horas nuestra cotidianidad se desdibujó en algo abstracto y confuso.
Es claro que muchos de nosotros hemos utilizado este tiempo como período de profunda reflexión y la industria de la moda está frente a la más compleja crisis de su historia. Deberemos analizar desde clientes hasta grandes firmas, repensar algunas prácticas, crear hábitos compatibles con nuestra nueva visión, informarnos para poder entender qué productos realmente necesitamos, comprender qué sucede con el medio ambiente, entre otras.
Quizás sea momento de reivindicar lo autóctono como a los diseñadores independientes y pequeñas empresas, a quienes muchas veces hemos “castigado” al no elegir sus productos por no ser conocidos. A esto, podríamos sumar la compra de prendas de óptima calidad –especialmente en sus telas– las cuales deberían priorizar la practicidad, durabilidad y, especialmente, la sustentabilidad. Esta última es muy importante y puede ser abordada desde muchos lugares.
Personalmente, lo sustentable nació hace ya algún tiempo cuando comencé a adquirir prendas vintage y recicladas. Surgió parcialmente como una especie de protesta contra las tendencias mainstream que supieron atraparme cuando caminaba suelo neoyorquino.
Mirando hacia adelante, concluyo en que estas son sólo algunas de las numerosas maneras en las que podemos expresar activamente nuestra transformación al elegir las prendas que consumiremos. Claro está que con este artículo no intento plantear soluciones o dar respuestas sobre el futuro de la moda cual oráculo, sino describir el derrotero que venía recorriendo la misma, algunos escenarios a tener en cuenta para el futuro y, a su vez, invitar a explorar por sus propios medios el innumerable abanico de opciones con el que contamos para así poder adaptarnos de un modo más flexible a los cambios, porque cuando salgamos a la calle nuevamente todo será distinto, pero afortunadamente nosotros tampoco seremos los mismos.