El desbordante ingenio del dramaturgo Julián Mesri se despliega sin restricciones en el reciente montaje de The irrepressible magic of the tropics, una obra centrada en la enigmática concepción que el estadounidense tiene sobre Latinoamérica como consecuencia del realismo mágico literario.

Acostumbrado a sostener una lúdica relación con su público, Mesri le exige una enorme complicidad para comprender a fondo esta divertida comedia. En La irreprimible magia del trópico su autor juega con las ideas establecidas y los lugares comunes de ambas culturas: critica las posturas imperialistas pero también se ríe de las creencias de los sometidos. En el trópico del dramaturgo, convergen la magia del universo literario de García Márquez y la efectividad de los jingles del marketing estadounidense.

La anécdota es sencilla: a mediados del siglo XX, la corporación trasnacional Cantilever instala una de sus fábricas en Latinoamérica y para dirigir la operación se nombra a John Dulk, quien se traslada con su familia al pequeño pueblo de Buenos Cruces. Y a partir de la llegada de los Dulk a una mansión que está terminándose de construir, la historia presenta a los variopintos personajes locales, interpretados todos por la pareja actoral de Darío Ladani Sánchez y Keren Lugo.

Fiel a los cánones del melodrama televisivo y en el más puro estilo telenovelero Mesri elige como hilo conductor de la historia a Julie Dulk (Octavia Chávez-Richmond), una protagonista envuelta en un halo de abnegación y sumisión pero que en realidad controla el devenir de los sucesos familiares y empresariales. Julie Dulk es la verdadera ejecutora del destino de la corporación trasnacional: decide cómo finiquitar las contrataciones del personal, cuándo solicitar protección militar para la empresa e incluso negocia con las guerrillas insurgentes. Todo esto con una calma impasible y una determinación inquebrantable derivada de la convicción de que su raza y razón deben prevalecer en esa región salvaje y primitiva. Una critica de Mesri a la imperialismo yanqui que se disfraza de progreso para devorar y destrozar todo a su alrededor.

En La irreprimible magia del trópico cada elemento es un símbolo: los cigarillos franceses influencian la lengua de la guerrilla, los pañales con pólvora alteran el metabolismo de los bonacruceños, el champú posee propiedades curativas contra la calvicie, los mangos seducen las papilas gustativas y desatan el deseo reprimido. En el trópico ficticio de Buenos Cruces la naturaleza transmite mensajes a aquellos humanos privilegiados que pueden entenderlos: los pájaros y las lagartijas tienen algo qué decir a quien los escucha, fuerzas sobrenaturales otorgan poderes especiales a algunos para subsistir en un mundo donde sus vidas se rigen por miedos y supercherías.

Al final de la historia, Cantilever cambia su estrategia de imposición extranjera por una conversion local. En una onírica y grandilocuente fusión de ritos y convicciones, un latinoamericano es convertido al American Way of Life para transformarse en el ejemplo de superación que permitirá la subsistencia del sistema: sigue siendo latino pero tiene una vida y familia gringa.

Curiosamente, al reproducir fielmente el ambiente del realismo mágico Mesri también se infecta de sus males. El problema con un mundo lleno de simbolismos es que termina por agotar. De este modo, The irrepressible magic of the tropics deja extenuada a su audiencia: toda escena tiene un trasfondo, significa algo más, posee un subtexto, una crítica subyacente… Y a pesar de abordarse desde la comicidad, el cansancio es inevitable. Un ataque incontenible de risa también termina por dejarte con un dolor de estómago.

Mas al considerar la suma de sus partes, este montaje de INTAR se erige como uno de los mejores de la temporada. El diseño escénico de Raúl Ábrego permite el ágil tránsito de los actores ante un incesante trajín del escenario. La escenografía de la casa está llena de ventanas y pasillos donde toda acción puede suceder a cualquier hora del día: las mañanas deslumbran con su limpidez y las oscuras noches albergan sombras donde solo se puede ver la brasa de un cigarrillo pero se escuchan con claridad las conversaciones insurgentes. El diseño de vestuario de Haydee Zelideth es el complemento perfecto al efectivo montaje dirigido por Kathleen Capdesuñer.