Una característica que prevalece entre las diversas ‘generaciones de inmigrantes’ es que parecieran estar enfrascadas en un ínfimo certamen de sufrimiento que les impele a desear que los recién llegados al país tengan que padecer las mismas -e incluso peores- circunstancias a las que ellos fueron sometidos. Y para vergüenza de la comunidad hispana que reside en Estados Unidos, es muy común escuchar este argumento entre inmigrantes que llevan varias décadas residiendo con un estatus aprobado por el marco legal vigente.
Lo que pareciera que estas previas generaciones olvidan es que nada debe mantenerse estático en un país que evoluciona y cuyas leyes cambian para favorecer a la mayoría dentro de la realidad a la que pertenecen. Por eso, la terrible frase: “cuando yo vine, no tuve quien me tendiera la mano y ahora se lo dan todo a los solicitantes de asilo”, podría interpretarse como llena de rencor y envidia porque el Gobierno ahora brinda mejores condiciones de vida a los inmigrantes… ¿Y no es precisamente para alcanzar ese trato digno y humanitario que muchas personas dedican su vida al activismo?
Pues bien, reflexiones semejantes son las que aborda la dramaturga de origen venezolano, Yessi Hernández, en su ópera prima Las vidas rotas. Desde una posición conciliadora que permite exponer ambas caras de una moneda, Hernández hilvana la historia de cinco inmigrantes hispanos viviendo en EE.UU. cuyas existencias se intersectan en algún barrio de Queens. Los personajes de Las vidas rotas reflejan fielmente la realidad de la comunidad hispanoparlante: diferentes nacionalidades y disímbolas situaciones que están unidas por un lenguaje en común.
De este modo, la protagonista venezolana acude a un abogado boricua para que lleve su caso de inmigración, pero también convive con su casera cubana y otra inquilina española. Si bien el planteamiento de este conveniente microcosmos pareciera demasiada coincidencia, la autora dota a sus personajes de la credibilidad necesaria para plantear una realidad convincente. La anécdota es sencilla: Carla está tramitando su permiso de residencia pero también desea auspiciar a su madre, Rosa, quien todavía vive en Venezuela y Román es el abogado encargado de llevarle su caso. Mientras espera la decision del Departamento de Inmigración, Carla se muda a casa de Ana para rentar una habitación y allí se hace amiga de Bibi, una pizpireta diseñadora de moda.
El primer acto de Las vidas rotas transcurre en un tono fársico que, a pesar de recurrir a ciertos lugares comunes, no tiene mayor problema para desternillar a la audiencia. Pero en el segundo acto la situación cobra mayor gravedad y las problemáticas afloran: discusiones políticas, enfrentamientos generacionales, disputas nacionalistas e incluso una crítica a los hábitos de consumo informativos de la actualidad. Una dialéctica efectiva que conmueve a la audiencia de manera insólita, aquellos que rieron estruendosamente terminan sollozando de manera convulsiva.
Y es que alcanzar este efecto en el teatro es una proeza digna de halago. En el caso de Las vidas rotas, las loas son indiscutiblemente atribuidas a dos factores: una acertada dirección y un elenco bien ensamblado. El director Pablo Andrade, cónyuge de la autora, sortea las limitantes espaciales del foro y propone un trazo escénico limpio que permite una suave transición de escenas con ligeros movimientos del atrezo y que, en muchas veces, se incorporan de un cuadro a otro. La labor de Andrade como director de actores se nota en la armonía del ensamble, cuya efectividad es notoria en las reacciones, cuasi-interacciones, del público: festejan los gags, condonan el maniqueísmo y hasta se adelantan a los parlamentos.
Mas la gloria dentro de la escena pertenece a los histriones: la vis cómica de Gemma Ibarra (Bibi) y Mario Mattei (Román) es el vehículo perfecto para la ácida crítica política. Y esta ligereza es el complemento perfecto a la sobriedad de Monica Steuer (Ana) y Gredivel Vásquez (Rosa) y esta labor actoral se consolida con la naturalidad de Bethsabé Caballero, cuya frescura y candidez dotan a su Carla de una humanidad palpable y conmovedora.
Las vidas rotas cumple su cometido al retratar, de manera libre, segmentos de una realidad que muchos inmigrantes viven y otros padecen bajo un gobierno que ha convertido la inmigración al país en una moneda de cambio para ganar adeptos en de una contienda electoral que ni el mayor optimista puede vislumbrar como benigna.
Para horarios y boletos, consulte el sitio web: repertorio.nyc
1 comentario en “Las vidas rotas: apología de la realidad hispana en EE.UU.”
Extraordinaria reseña de esta maravillosa obra “Las Vidas Rotas”. Felicidades por ello! También, para la autora, nuestra admirable y queridísima Yessi; a Pablo, por su excelente dirección; al maravilloso elenco y a todo quienes hicieron posible su puesta en escena! 👏👏👏👏👏👏…