La gente llega a este medio de transporte porque tiene necesidad de ir a su trabajo o de trasladarse a otro lugar; también hay quien acude al metro a ganarse la vida, ya sea vendiendo o cantando. Pero este poeta sudamericano prefirió dedicarle sus versos.
Aguasaco lleva más de dos décadas viviendo en la ciudad y desde Corona Plaza –uno de los sitios más multiétnicos de Nueva York– compartió su visión de cuánto tiempo se precisa para que un inmigrante deje de ser extranjero en NYC.
“Nadie es extranjero en Nueva York. Es probable que en otros lugares de los Estados Unidos sí haya un cierto proceso de adaptación, pero el neoyorquino tiene que convertirse casi inmediatamente. Ahora, el libro sí cuenta la historia de ese proceso de llegada de un inmigrante. Los primeros poemas son aquéllos que escribí hace 20 años y lo demás muestra el testimonio de un inmigrante que comienza a buscarse la vida en esta ciudad.
Los poemas del metro de Nueva York nacen de la experiencia al buscar una vida y un espacio. Yo trataba de aprender la lengua y viajaba en el metro con mi pequeño diccionario, tratando de conocer la ciudad. No hablaba nada de inglés cuando llegué y me encontraba con que tenía espacios que me hacían pensar muchísimo. Esa situación del neoyorquino en la que, a pesar de estar uno junto al otro, estás separado”.
Octavio Paz solía decir que cuando llega inspiración es mejor que lo pille a uno trabajando. Pero para Carlos Aguasaco, esta inspiración le tomaba en un vagón en pleno movimiento y, a veces, dentro de un túnel.
“Tengo una técnica de escribir poemas que consiste en componerlos en la mente hasta que están listos y luego los escribo. Así que ese espacio de soledad donde no llegaba la internet y no había manera de conectarse a nada más, me llamaba a hacer dos cosas: leer o pensar en poesía. Pensar en una poesía urbana que representara esa experiencia que yo estaba viviendo y que tanta gente alrededor mío vivía de la misma manera.
Es un ejercicio que consiste en pulir la frase o la imagen hasta que se cristaliza en la memoria y el poema, entonces, tiene una forma que es determinada. Por ejemplo, tiene una extensión limitada, posee unas características de sentido, de tono y de coherencia de la imagen, que permiten esa memoria visual o atmosférica que los hace poemas urbanos”.
Respecto a sus líneas: “Ese gusano de plata, la ballena automática que se indigesta de hombres, que se atraganta de lenguas, que se detiene a respirar,” el vate colombiano detalla…
“Es la imagen del metro. Muchos de los poemas están escritos tratando de explicarle a otras personas, que no están en la ciudad, la experiencia neoyorquina. De hecho, es un poema en que le describo a mi madre cómo es la ciudad de Nueva York y el símil que se me ocurrió, en ese momento, era presentar precisamente la imagen bíblica de un Jonás moderno, que es mecánico y se atraganta de personas pero también se atraganta de lenguas. Uno cuando viaja en el metro de NYC, de Queens a Manhattan, puede estar escuchando –perfectamente– diez lenguas a su alrededor”.
Este poemario contiene un doble homenaje; por un lado honra a este sistema citadino de transporte colectivo, pero también rinde tributo al libro de Federico García Lorca: Poeta en Nueva York.
“Sí, la decisión de componer los poemas del metro de Nueva York viene inspirada de otros poetas como García Lorca; también está Luis García Montero, que tiene este libro que dice: ‘Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn’. Y que son poetas, en este caso españoles, que tuvieron la experiencia neoyorquina. Pero hay algo que me sorprende de este caso, ahora con la situacion de la pandemia… Al mirar el propio libro, éste se ha vuelto una forma de nostalgia. Y es que nunca pensé que al hacerle un homenaje a García Lorca, iba a escribir un libro que es –en realidad– una forma de arqueología del presente. Porque ahora, los poemas fueron escritos en una época que recordamos los neoyorquinos y a la que esperamos, de alguna forma, volver pero en una versión mejorada, fortalecidos tras esta experiencia”.